¿Has pensado en todo lo que podrías hacer tú por aquellas personas que padecen? Serían diferentes las cosas si la sociedad brindase más solidaridad, ¿verdad? Porque lo peor de todo es la experiencia de la soledad, la sensación de abandono cuando uno está sufriendo.
Pensemos por ejemplo en los indigentes, o en los enfermos que no tienen a nadie que los visite, o en los niños abandonados. Sin ir muy lejos,pensemos en nuestros amigos más cercanos, ¿no es verdad que podríamos hacer algo para ayudarles a sentirse mejor?
A veces, la felicidad se encuentra cuando nos enfocamos en el otro, en aquel que sufre y que podemos ayudar. Algunas veces, ayudando a los demás a sonreír, encontramos nuestra propia sonrisa.
La llave de la Felicidad
Dos hombres, ambos muy enfermos, ocupaban la misma habitación de un hospital.
A uno se le permitía sentarse en su cama cada tarde, durante una hora, para ayudarle a drenar el líquido de sus pulmones.
Su cama daba a la única ventana de la habitación. El otro hombre tenía que estar todo el tiempo boca arriba. Los dos charlaban durante horas. Hablaban de sus mujeres y sus familias, sus hogares, sus trabajos, su estancia en el servicio militar, dónde habían estado de vacaciones.
Y cada tarde, cuando el hombre de la cama junto a la ventana podía sentarse, pasaba el tiempo describiendo a su vecino todas las cosas que podía ver desde la ventana. El hombre de la otra cama empezó a desear que llegaran esas horas, en que su mundo se ensanchaba y cobraba vida con todas las actividades y colores del mundo exterior.
La ventana daba a un parque con un precioso lago. Patos y cisnes jugaban en el agua, mientras los niños lo hacían con sus cometas. Los jóvenes enamorados paseaban de la mano, entre flores de todos los colores del arco iris. Grandes árboles adornaban el paisaje, y se podía ver en la distancia una bella vista de la línea de la ciudad.
El hombre de la ventana describía todo esto con un detalle exquisito, el del otro lado de la habitación cerraba los ojos e imaginaba la idílica escena. Una tarde calurosa, el hombre de la ventana describió un desfile que estaba pasando. Aunque el otro hombre no podía oír a la banda, podía verlo, con los ojos de su mente, exactamente como lo describía el hombre de la ventana con sus mágicas palabras.
Pasaron días y semanas. Una mañana, la enfermera de día entró con el agua para bañarles, pero se encontró con el cuerpo sin vida del hombre de la ventana, que había muerto plácidamente mientras dormía. Se llenó de pesar y llamó a los ayudantes del hospital, para llevarse el cuerpo. Tan pronto como lo consideró apropiado, el otro hombre pidió ser trasladado a la cama de al lado de la ventana. La enfermera le cambió encantada y, tras asegurarse de que estaba cómodo, salió de la habitación.
Lentamente, y con dificultad, el hombre se irguió sobre el codo, para lanzar su primera mirada al mundo exterior; por fin tendría la alegría de verlo él mismo. Se esforzó para girarse despacio y mirar por la ventana al lado de la cama... y se encontró con una pared blanca. El hombre preguntó a la enfermera qué podría haber motivado a su compañero muerto para describir cosas tan maravillosas a través de la ventana. La enfermera le dijo que aquel hombre era ciego y que no habría podido ver ni la pared, y le indicó:
"Quizás solo quería animarle a usted".
No es necesario ser feliz para ayudar a los demás, a veces uno mismo puede estar padeciendo una depresión, pero aun así tiene la posibilidad de ayudar a alguien, pues siempre hay alguien que pasa una pena más difícil que la nuestra. Compartir el sufrimiento lo hace más llevadero.
Compartir la felicidad ¡¡la hace más intensa!!
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