martes, febrero 27, 2007

Relexión Nº 11: Afrontar los problemas

Los problemas son situaciones que debemos resolver, sin embargo se convierten en monstruos que nos comen tanto física como energética mente.

Hace tiempo que practico y promuevo el comportamiento proactivo como forma de enfocar los problemas, y por supuesto la acción para resolveros, pues está demostrado que de no hacerlo, el problema crecerá y se convertirá en una situación aun más dificultosa de resolver que en su origen.

Sin embargo esta teoría tiene muchos matices por los que en determinadas situaciones nos vemos bloqueados antes dichos problemas, y por eso os traigo una historia que escuché hace mucho tiempo y que había olvidado, pero que recientemente volvió a llegarme y que quiero compartir con todos pues da luz sobre este peliagudo tema.


"El Maestro y el problema"


El Gran Maestro y el Guardián se dividían la administración de un Monasterio Zen. Cierto día, el Guardián murió y fue preciso reemplazarlo. El Gran Maestro reunió a todos los discípulos para escoger quién tendría la honra de trabajar directamente a su lado.

Voy a presentarles un problema, dijo el Gran Maestro, y aquél que lo resuelva primero, será el nuevo guardián del Templo.

Terminado su corto discurso, colocó un banquillo en el centro de la sala; encima estaba un florero de porcelana carísimo, con una rosa roja que lo decoraba.

Éste es el problema, dice el Gran Maestro; - resuélvanlo -.

Los discípulos contemplaron perplejos el "problema", por lo que miraban los diseños sofisticados y raros de la porcelana, la frescura y la elegancia de la flor.

¿Qué representaba aquello? ¿Qué hacer? ¿Cuál sería el enigma?

Pasó el tiempo sin que nadie atinase a hacer nada salvo contemplar el "problema", hasta que uno de los discípulos se levantó, miró al Maestro y a los alumnos, caminó resueltamente hasta el florero y lo tiró al suelo, destruyéndolo.

- ¡Al fin alguien que lo hizo! - exclamó el Gran Maestro - ¡Empezaba a dudar de la formación que les hemos dado en todos estos años!. Usted es el nuevo guardián.

Al volver a su lugar el alumno, el Gran Maestro explicó:

- Yo fui bien claro: dije que ustedes estaban delante de un "problema". No importa cuán bello y fascinante sea un problema, tiene que ser eliminado.

Un problema es un problema; puede ser un florero de porcelana muy caro, un lindo amor que ya no tiene sentido, un camino que precisa ser abandonado, por más que insistimos en recorrerlo porque nos trae confort... "Sólo existe una manera de lidiar con un problema": atacándolo de frente...

¡No huyas de él... acaba con él!.

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sábado, febrero 17, 2007

Frase de Motivación: "Nunca volveremos a ser como antes"


Hoy me apropio de unas frases de Paulo Coelho, autor del que voy a incorporar frases o párrafos en próximos posts pues tiene expresiones muy enriquecedoras que generan en mí reflexiones que quiero compartir con todos vosotros.

La frase de hoy es "Nunca volveremos a ser como antes" y este es parte del artículo de donde lo ha extraído:

...Hace cinco días que entramos en el otoño europeo, aunque todavía hace calor. Pero el invierno se aproxima, y el frío será implacable. Los árboles que aún están cargados de hojas, murmurarán muy tristes cuando las hayan perdido todas: "Nunca volveremos a ser como antes".

Pensándolo bien, menos mal. Porque si no, ¿qué sentido tendría renovarse? Las nuevas hojas que salgan tendrán su propia personalidad, pertenecen al verano que se acerca, y que nunca podrá ser igual que el anterior.

Vivir es cambiar, ésta es la lección que nos enseñan las estaciones...

Nos empeñamos en el vocabulario que utilizamos a diario en transmitir que cambiar es malo, en decir frases como "es que yo soy así y no voy a cambiar", "a estas alturas ya no hay quien me cambie", etc. y sin embargo es la propia naturaleza la primera que nos hace ver que es precisamente lo contrario lo que debemos llevar a cabo para poder evolucionar.

Debemos perder parte de lo que somos para ser algo más, para generar algo nuevo. Debemos pasar por otoños e inviernos para poder vivir y ser las primaveras, y eso, aunque pueda ser doloroso al sentir como se desprende de nosotros algo que nos configuraba, es el camino para poder dejar sitio a la renovación, a la nueva vida que vendrá un tiempo después.

Debemos ser conscientes que la vida sin renovación no es vida, que si queremos mantenernos igual, estamos luchando contra las fuerzas de la propia naturaleza, pues solo con recordar esas aguas estancadas que no se mueven, que quedan incomunicadas manteniéndose "sin cambiar", finalmente lo único que logran es pudrirse y morir, y esa imagen debería ser suficiente para darnos cuenta que la evolución es una necesidad.

Y ese cambio interior pasa por no volver nunca más a ser como antes, para poder llegar a ser un nuevo yo mucho mejor.

Viva la renovación, viva el otoño, viva la vida.

Fuente: Mundos del Tarot

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viernes, febrero 16, 2007

Reflexión Nº 10: ¿Que es la verdad?


Hoy os traigo una historia sobre cual es el camino de la verdad y como encontrarla. Creo que se explica por si mismo así que me limitaré a contároslo y no haré comentarios.

Cierta mañana, Buda estaba reunido con sus discípulos cuando un hombre se aproximó:

-¿Existe Dios?- preguntó:

-Existe- respondió Buda.

Después del almuerzo, se acercó otro hombre:

-Existe Dios?- quiso saber.

-No, no existe-dijo Buda.

Al atardecer un tercer hombre hizo la misma pregunta:

-Existe Dios?

-Tendrás que decidirlo tú- respondió Buda.

En cuanto el hombre se fue, un discípulo comento indignado:

-Maestro, ¡que absurdo! ¿Cómo es que das respuestas diferentes para la misma pregunta? ¿Cual es la verdad?

-Porque son personas diferentes y cada uno encontrará la respuesta sobre Dios por su propio camino. La verdad es diferente para cada uno.

Unos tendrán fe en mi palabra.

Otros harán todo lo posible para probar que estoy equivocado.

Y los demás sólo creerán en aquello que son capaces de escoger por sí mismos.

La verdad, querido discípulo, no reside en la respuesta sino en el interior de quien hace la pregunta.


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sábado, febrero 10, 2007

Reflexión Nº 9 - Padres e hijos

Hoy os traigo una historia que viene en el libro de Dale Carnegie, "Como ganar amigos e influir sobre las personas", todo un clásico donde los haya y que personalmente he leído 8 veces a lo largo de los años, y que pienso seguir repitiéndolo en los próximos.

La historia es conmovedora, y a mi personalmente que tengo un hijo, me hace llorar de emoción, porque me doy cuenta que es el reflejo de lo que muchos de nosotros sentimos en nuestro interior.

El día a día nos hace comportarnos como si nuestros hijos debieran ser adultos perfectos y la intransigencia que no podemos mostrar en otros ámbitos, la expresamos en ellos, y eso es un error, porque son solo unos niños que están creciendo, aprendiendo de la vida, que necesitan experimentar, correr, disfrutar, vivir aventuras,... y sin embargo les regañamos, castigamos, chillamos y tantas cosas más. Y aunque lo hacemos con la intención de que aprendan los valores y los principios que les serán de utilidad en su edad adulta, eso no justifica que les tratemos como adultos y no como niños, ni que seamos tan duros con ellos.

Disfrutad de la historia y si sois capaces de leerla sin que se os salten las lágrimas... enhorabuena, yo no soy capaz, de hecho escribo en este momento, deteniéndome en cada párrafo para limpiármelas.




Papá Olvida



Escucha, hijo: voy a decirte esto mientras duermes, una manecita metida bajo la mejilla y los rubios rizos pegados a tu frente humedecida.

He entrado solo a tu cuarto. Hace unos minutos, mientras leía mi diario en la biblioteca, sentí una hola de remordimiento que me ahogaba. Culpable, vine junto a tu cama.

Esto es lo que pensaba, hijo: me enojé contigo.

Te regañé porque no te limpiaste los zapatos. Te grité porque dejaste caer algo al suelo.

Durante el desayuno te regañé también. Volcaste las cosas. Tragaste la comida sin cuidado.

Pusiste los codos sobre la mesa. Untaste demasiado el pan con la mantequilla. Y cuando te ibas a jugar y yo salía a tomar el tren, te volviste y me saludaste con la mano y dijiste: “¡Adiós, papaito!” y yo fruncí el entrecejo y te respondí: “¡Ten erguidos los hombros!”

Al caer la tarde todo empezó de nuevo. Al acercarme a casa te vi, de rodillas, jugando en la calle. Tenías agujeros en las medias. Te humillé ante tus amiguitos al hacerte marchar a casa delante de mí.

Las medias son caras, y si tuvieras que comprarlas tú, serías más cuidadoso. Pensar, hijo, que un padre diga eso.

¿Recuerdas, más tarde, cuando yo leía en la biblioteca y entraste tímidamente, con una mirada de perseguido? Cuando levanté la vista del diario, impaciente por la interrupción, vacilaste en la puerta.

“¿Qué quieres ahora?”, te dije bruscamente.

Nada respondiste, pero te lanzaste en tempestuosa carrera y me echaste los brazos al cuello y me besaste, y tus bracitos me apretaron con un cariño que Dios había hecho florecer en tu corazón y que ni aun el descuido ajeno puede agostar.

Y luego te fuiste a dormir, con breves pasitos ruidosos por la escalera.

Bien, hijo: poco después fue cuando se me cayó el diario de las manos y entró en mí un terrible temor. ¿Qué estaba haciendo de mí la costumbre?

La costumbre de encontrar defectos, de reprender; ésta era mi recompensa a ti por ser un niño. No era que yo no te amara; era que esperaba demasiado de ti. Y medía según la vara de mis años maduros.

Y hay tanto de bueno y de bello y de recto en tu carácter. Ese corazoncito tuyo es grande como el sol que nace entre las colinas.

Así lo demostraste con tu espontáneo impulso de correr a besarme esta noche. Nada más que eso importa esta noche, hijo. He llegado hasta tu camita en la oscuridad, y me he arrodillado, lleno de vergüenza.

Es una pobre explicación; sé que no comprenderías estas cosas si te las dijera cuando estás despierto.

Pero mañana seré un verdadero papaito. Seré tu compañero, y sufriré cuando sufras, y reiré cuando rías. Me morderé la lengua cuando esté por pronunciar palabras impacientes. No haré más que decirme, como si fuera un ritual: “No es más que un niño, un niño pequeñito”.

Temo haberte imaginado hombre.

Pero al verte ahora, hijo, acurrucado, fatigado en tu camita, veo que eres un bebé todavía. Ayer estabas en los brazos de tu madre, con la cabeza en su hombro.

He pedido demasiado, demasiado…

Autor | W. Livingston Larned.
Extraído del Libro | “Cómo ganar amigos e influir sobre las personas” - Dale Carnegie

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